En tus orillas, mis ramas tiemblan,
cada vez lejos del sol que brilla.
Van penetrando en las densidades.
Se hunden sin pena, se hunden sin
prisa.
Acostumbrado a amaneceres de soledades en su corteza.
Arbol que fuera vida y promesa,
se hunde sin pausa, se hunde sin risa.
Un pensamiento lo atemoriza y su derrota lo empederniza, el desconsuelo
va y lo cobija,
se hunde en silencio que se eterniza.